[:es]CHARCAL
Viene escribiendo agua
Llega dictando insectos
Acude Sorribando
Domingo Díaz (Las Palmas de Gran Canaria, 1959) realizó hace breves fechas su segunda exposición individual en la Sala La Palmita del Campus Universitario de Tafira. “Charcal” nombre con que designó el artista la muestra, supuso un importante salto en la destacada trayectoria del escultor afincado en Carrizal. En ella procuró re-presentar un paisaje-otro.
De su interés por las estructuras que ordenan el territorio, de su color y de su brevedad en el tiempo ya había mostrado su interés en la pieza que realizara en 1992 para el Huerto de las Flores con motivo del merecido homenaje brindado en Agaete a Miró Mainou.
Su escultura dejaba atrás parámetros tradicionales en la composición espacial como horizonte, punto de fuga, vegetación, riscos….Una estructura poligonal, una nueva metáfora surgía. Tratábase del territorio como recinto penetrable: los parajes de Domingo Díaz parecían no poder realizarse completamente sin la sombra, sin la concreción del desplazamiento de la luz sobre las diversas planchas de metal a lo largo de las hora, sin el impacto de los restos vegetales y animales en ella. Díaz comenzaba en suma a levantar tímidamente el telar del teatro del mundo en su Segundo Acto.
Tras el Proemio expuesto en la Sala San Antonio Abad en abril de 1992- una extraordinaria apuesta por nuevos limites, por una nueva definición del soporte desde el que se traza la nueva estructura-Díaz acusa un cada vez más señalado interés por desplegarse sobre el territorio como sus “proyecciones” de entonces por sobre las esquinas.
Díaz se lanza a ocupar unos espacios y lo que es más importante unos iconos que tan sólo habían sido trabajados en el entorno escultórico en nuestro país desde planteamientos de mero uso.La fragmentación de se realidad, de su propio espacio, entonces aún limitado, se articula en vértices que no conducen hacia otro vértice que el primario.
Como en la obra de Luís Palmero, el signo es despojado de su carácter. La reducción del color a bicromía desnuda al espectador de alternativas. Las esquinas se ciernen sobre el espectador.
Sus estructuras de la memoria se articulan en torno a la eventualidad del momento, al movimiento sobre la pieza. Díaz articula así deambulatorios profanos que no persiguen otra cosa que el movimiento de la sombra sobre el hierro.
Es este carácter de inasible el que apunta hacia el vértice único, al propio espectador, pues. Un mundo de sombras provocado por un mundo de ideas, de proyecciones. Rasgaduras de la violación del espacio último de la colectividad. Arañazos de búsqueda de lo que permanece inalterablemente oculto. Tras cada capa de pintura se regresa al primer reflejo del espejo.
La búsqueda del otro devuelve una pálida y furtiva imagen del nómada, que regresa para habitar entre las proyecciones vacías. Es esta imagen la que se esconde entre los bordes de la pieza que presentara en mayo de 1993 en “Casas de Colores 2”. En “Taragua” Díaz muestra sin lugar a dudas ya la fisura que se ha abierto entre el territorio interior y el lugar. A partir de este momento el agua pasa a ser tema central en su obra. Domingo orilla el agua sin sumergirse en ella. Más bien su obra persigue los vértices siempre lineales de la marea, de la charca, del estanque. Bordes sinuosos que pretendiendo reflejar el todo, no son más que perfiles en continuo movimiento. El agua a la que inquiere Díaz se escurre por entre los significantes de toda una comunidad. El motivo, el objeto, aparece densamente poblado por un “back-ground” real. No representa lo mismo el concepto “agua” para todas las comunidades.
En este sentido, la obra que representó Díaz en “LaPalmita” guardó un sorprendente paralelismo de lectura que la trazada por el mercurio de la fuente de Calder. A cada “wel-tanschaung” responde un nuevo vocabulario. Y Díaz actúa en este sentido.
[:en]CHARCAL
It comes writing water
It arrives announcing insects
It turns out smoothing the way
Domingo Díaz (Las Palmas de Gran Canaria, 1959) executed days ago his second individual exhibition at the University Campus in Tafira. “Charcal”, the name of the exhibition, supposes an important jump in the prominent career of that sculptor’s settle on Carrizal. In that exhibition, he tried to re-present another landscape.
He had already shown his interest in those sculptures that tidy up the territory, in its color and brevity, with the piece executed in 1992 for El Huerto De Las Flores to pay homage to Miró Mainou in Agaete.
His sculpture left behind traditional parameters in spatial composition as horizon, point of escape, vegetation, crags… A polygonal sculpture, a new metaphor appears. It was the territory like penetrable enclosure: Domingo Díaz’s locations seem unable to make without shadows, without movement precision of lights on those metal sheets along hours, without the impact of the rest of animals and vegetables on it. Díaz began, in short, to timidly raise the curtain of the World’s theatre in his Second Act.
After the award exhibit in San Antonio Abad in April 1992 – an extraordinary bet on new limits, on a new definition of support from which a new structure is drawn – Díaz betrays a special interest in displaying the territory like his “projections” over corners.
Díaz leaps to take up spaces and, which is more important, icons that have only been worked in sculpture in Spain from bases of mere use. Fragmentation of his reality, of his own space, then still limited, is articulated in vertices that don’t go to other vertex but the prime.
As happens in Luís Palmero’s work, the sign is taken off its character. The reduction of colour to bichrome strips off spectator’s alternatives. Corners hang over spectator.
The structures of memories are articulated around eventuality of the moment, around movement in the work. In this way, Díaz articulates ambulatory seculars which don’t follow anything but the movement in the shadow over the iron.
That ungraspable character points the only vertex, the spectator. A world made of shadows produced by a world made of ideas, of projections. Violation tears of last space collectivity. The scratchy search for what stays impassively hidden. Behind every coat of paint, the first mirror reflection comes back.
The search of the other gives back a pale and furtive nomad’s image, who comes back to inhabit between empty projections. That’s the image hidden between borders of the work shown in May, 1993: “Casas de colores 2” (Coloured Houses, part 2).
In “Taragua”, Díaz shows with no doubt the opened fissure between inner territory and place. From that moment, water becomes the central theme of his work. Domingo touches the water but doesn’t submerge in it. His work pursues the always-equal vertices of the sea, of the pool, of the pond. Sinuous edges that want to reflect the wholeness but they are only profiles ceaselessly ongoing. The water that Díaz inquires drips through signifiers of a whole community. The reason, the aim appears densely populated by a real “background”. It doesn’t represent the same the concept “water” to all communities.
In this respect, the work exhibited by Díaz in “La Palmita” keeps a surprising parallelism of reading that is drawn by mercury in the Calder fountain. To every “wel-tanschaung” a new vocabulary response. And Díaz acts this way.[:]