CHARCAL / FRANK GONZALEZ

arañaCHARCAL                              

Viene escribiendo agua
Llega dictando insectos
Acude Sorribando

Domingo Díaz (Las Palmas de Gran Canaria, 1959) realizó hace breves fechas su segunda exposición individual en la Sala La Palmita del Campus Universitario de Tafira. “Charcal” nombre con que designó el artista la muestra, supuso un importante salto en la destacada trayectoria del escultor afincado en Carrizal. En ella procuró re-presentar un paisaje-otro.

De su interés por las estructuras que ordenan el territorio, de su color y de su brevedad en el tiempo ya había mostrado su interés en la pieza que realizara en 1992 para el Huerto de las Flores con motivo del merecido homenaje brindado en Agaete a Miró Mainou.

Su escultura dejaba atrás parámetros tradicionales en la composición espacial como horizonte, punto de fuga, vegetación, riscos….Una estructura poligonal, una nueva metáfora surgía. Tratábase del territorio como recinto penetrable: los parajes de Domingo Díaz parecían no poder realizarse completamente sin la sombra, sin la concreción del desplazamiento de la luz sobre las diversas planchas de metal a lo largo de las hora, sin el impacto de los restos vegetales y animales en ella. Díaz comenzaba en suma a levantar tímidamente el telar del teatro del mundo en su Segundo Acto.

Tras el Proemio expuesto en la Sala San Antonio Abad en abril de 1992- una extraordinaria apuesta por nuevos limites, por una nueva definición del soporte desde el que se traza la nueva estructura-Díaz acusa un cada vez más señalado interés por desplegarse sobre el territorio como sus “proyecciones” de entonces por sobre las esquinas.

Díaz se lanza a ocupar unos espacios y lo que es más importante unos iconos que tan sólo habían sido trabajados en el entorno escultórico en nuestro país desde planteamientos de mero uso.La fragmentación de se realidad, de su propio espacio, entonces aún limitado, se articula en vértices que no conducen hacia otro vértice que el primario.

Como en la obra de Luís Palmero, el signo es despojado de su carácter. La reducción del color a bicromía desnuda al espectador de alternativas. Las esquinas se ciernen sobre el espectador.

Sus estructuras de la memoria se articulan en torno a la eventualidad del momento, al movimiento sobre la pieza. Díaz articula así deambulatorios profanos que no persiguen otra cosa que el movimiento de la sombra sobre el hierro.

Es este carácter de inasible el que apunta hacia el vértice único, al propio espectador, pues. Un mundo de sombras  provocado por un mundo de ideas, de proyecciones. Rasgaduras de la violación del espacio último de  la colectividad. Arañazos de búsqueda de lo que permanece inalterablemente oculto. Tras cada capa de pintura se regresa al primer reflejo del espejo.

La búsqueda del otro devuelve una pálida y furtiva imagen del nómada, que regresa para habitar entre las proyecciones  vacías. Es esta imagen la que se esconde entre los bordes de la pieza que presentara en mayo de 1993 en “Casas de Colores 2”. En “Taragua” Díaz muestra sin lugar a dudas ya la fisura que se ha abierto entre el territorio interior y el lugar. A partir de este momento el agua pasa a ser tema central en su obra. Domingo orilla el agua sin sumergirse en ella. Más bien su obra persigue los vértices siempre lineales de la marea, de la charca, del estanque. Bordes sinuosos que pretendiendo reflejar el todo, no son más que perfiles en continuo movimiento. El agua a la que inquiere Díaz  se escurre por entre los significantes de toda una comunidad. El motivo, el objeto, aparece densamente poblado por un “back-ground” real. No representa lo mismo el concepto “agua” para todas las comunidades.

En este sentido, la obra que representó Díaz en “LaPalmita” guardó un sorprendente paralelismo de lectura que la trazada por el mercurio de la fuente de Calder. A cada “wel-tanschaung” responde un nuevo vocabulario. Y Díaz actúa en este sentido.