E L O G I O D E L FU EG O
Para Domingo Díaz, Diego Higuera y Orlando Ruano, con admiración.
Desde la noche de los tiempos se ha consolidado la certeza de que existen cuatro elementos naturales, básicos, en la Naturaleza: tierra, agua, aire y fuego. En esta idea se fundamenta el ideario fundacional de la filosofía antigua griega, y su imprescindible presencia no puede haber quedado desapercibida para el resto de las áreas culturales del planeta que habitamos, dada su imprescindibilidad en los modelos vitales que cada grupo humano desarrolla, aunque los griegos suman un elemento al que llamaban éter, pero que resulta secundario, aunque sin duda notorio en la composición de la atmósfera. Nada apreciable a simple vista, por lo cual el adjetivo etéreo equivale a evanescente.
La presencia de la tierra era básica, desde que empezó a surgir de un planeta que sólo era agua, y finalmente le confiere su nombre, y se convierte en territorio sólido donde comienza el ciclo vital de plantas y animales, hasta posibilitar finalmente la presencia del hombre, quien terminará consolidándose a través de los milenios en dueño y señor de todo lo que tiene a su alcance. Se convertirá en territorio habitable, donde desarrollar las actividades que lo mantengan como dominador de lo visible, y al mismo tiempo creador de mitos, arcanos, creencias y rituales que le sugieren lo invisible, si bien éste es una deriva onírica de los cuatro elementos básicos: le llamamos su esfera anímica, espiritual, mágica o religiosa, entendiendo como tal un estrato de su mente que le resulta necesario para dar explicación a la fenomenología de lo incognoscible mediante los cinco sentidos con los que fue dotado en su cada vez más amplia capacidad craneal. Podríamos decir que es un sexto sentido que sugiere un más allá de la realidad, la sensación de que tales elementos contienen potencias ,tanto benignas como malignas, que condicionarán su umbral de acomodo a las cambiantes estaciones, a los lugares habitables o inhóspitos, a su manutención diaria y, fundamentalmente, al gran misterio que se esconde detrás de la muerte: una aliada cuando se trata de cazar o pescar, y una suerte de enemiga cuando se ve morir a algún miembro del grupo tribal, de lo que comúnmente llamamos la horda. La muerte se convierte pues en el mayor misterio, dotada de enemigos con un aura de incomprensión y, al mismo tiempo de cierta reverencia. Y en torno suyo empieza la intuición de que, si bien se trata de una ausencia física, algo queda del difunto en un terreno desconocido que hemos dado en llamar el más allá: el otro lado de la realidad, donde residen las potencias que gobiernan lo que tienen siempre presente: el ciclo vital con sus mutaciones de clima, cosechas, abundancia o escasez. Salud y enfermedad, paz y concordia o enemistades y guerras, etc.
El progresivo aumento del volumen craneal de los humanos, así como de sus capacidades cognitivas y operativas desde el descubrimiento – ya fuera fortuito o deducido de su producción con los rayos y los diversos sistemas de crearlo mediante frotación – el fuego daba paso a la posibilidad de fundir las piedras con contenido metálico, y sucesivamente, a la Edad del Hierro y a la Edad del Bronce, dos hitos importantes en la productividad tecnológica de quienes vivieron tanto tiempo en la Edad de Piedra. Ello dio paso, fundamentalmente, a la fundición de aquellos materiales básicos para crear objetos útiles para mejoramiento de su estatus y también para defenderse de las fieras y de los enemigos. Entre estos útiles, son indudablemente las armas las que tienen preeminencia de un uso inmediato.: cuchillos, flechas, lanzas…Pero también copas, vasijas, ídolos y objetos de adorno corporal, que se han ido encontrando en cuantos yacimientos se han estudiado desde que la Arqueología tuvo en cuenta la progresión de su uso, y su largo camino desde la tosquedad de sus inicios a la superior brillantez de los que han sido denominados tesoros, tanto por la belleza de los objetos, la inclusión del oro entre ellos, y la incrustación de piedras preciosas y esmaltes en las mismas. La durabilidad de los metales ha posibilitado su permanencia y conservación en nuestros museos, igualmente en forma de monedas, dado que fue tal el valor que adquirió en todas las civilizaciones que practicaron la metalurgia, que se le consideró valor de cambio para cualquier operación de compra, venta, pago de alimentación, sirvientes, propiedades y ejército, consolidándose así el monetarismo. La riqueza y la pobreza, el señor y el siervo, el propietario y sus súbditos, la propiedad y -en definitiva – el poder, se vieron ya depender de la posesión o carencia de metales: las entidades sociales que llamamos ricos y pobres quedaron establecidas por la posesión de lo que, sus enemigos han llamado el vil metal.
Dejando aparte esta dimensión material del elemento ígneo, hemos de entrar en lo que el fuego ha significado en la esfera de la representación, en su alcance como signo; esencialmente en el lenguaje humano, como vehículo simbólico, tanto en metáforas coloquiales de los sentimientos, como en función de su intensidad cuando su origen se debe a fenómenos naturales que lo originan, como el rayo, los incendios, las erupciones volcánicas y aquel mágico fuego de San Telmo que los navegantes dicen ver en determinados episodios de tormenta marina. Pero es esencialmente en lo que tenemos por sagrado donde tiene su mayor aplicación y desarrollo: téngase en cuenta que el fuego es esencialmente una potencia espiritual que evoca el origen del planeta y es utilizado como manifestación de fe y reverencia a la advocación religiosa ante la que se despliega con devoción. Lo hemos podido comprobar desde la remota antigüedad: se trata del fuego sagrado que arde en los pebeteros situados ante los altares de casi todas las religiones y cultos mortuorios. Está en las velas que la devoción popular enciende en las iglesias cristianas, como llama eterna inextinguible y conmemorativa sobre la tumba del soldado desconocido junto al Arco de Triunfo en París, junto a la tumba de los hermanos Kennedy en el cementerio de Arlington (Washington),en las lamparillas encendidas junto a los sagrarios del cristianismo, en las hogueras que celebran las vísperas de los santos tutelares en infinidad de localidades del mundo, siendo una verdadera apoteosis las fallas que en Valencia conmemoran la festividad de San José – verdadera orgía de fuego, humo, pólvora, azufre y regocijo popular en las llamadas mascletás. De improviso acude a la memoria el círculo de fuego que rodea la figura del dios hindú Siva Narayana (el danzante) y también el aro de fuego por el que los domadores circenses hacen atravesar a las fieras domadas que, aunque de feroz aspecto y generalmente temidas por los humanos y las presas con las que se alimenta, se convierten en dóciles criaturas al oír restañar el látigo del domador. O el fuego como método de tortura, que tiene una representación bastante contundente en los cigarrillos aplastados en la piel de quienes son interrogados,
En el terreno de los sentimientos positivos, cuales son el agrado, la amistad y sobre todo el amor, es donde el fuego jugará un rol como recurso utilitario, dado que la luz y el calor se identifican como positividades de representación metafórica, del mismo modo que la víscera cardiaca ha sido identificada simbólicamente como motor del amor, cuando en realidad lo es de todo el mecanismo corporal. Recordemos los corazones de Jesús y María, el de Teresa de Ávila y otros místicos irradiando el fuego sublime del amor divino en ambas direcciones. Amor y corazón quedarán pues establecidos como una unidad sémica reconocida por la humanidad desde tiempos remotos, sin poderse precisar su origen. Que pudiese ser meramente fisiológico, dado que el amor pasional acelera el puso y los latidos cardiacos devienen como una suerte de barómetro medidor de la intensidad libidinal. Toda la fraseología de la pulsión erótica y libidinal se instala en las relaciones humanas de modo permanente y es un hecho indiscutible que su uso se extiende en la habitualidad relacional dando origen a un universo en el que el fuego queda instalado como una potencia identificadora de intensidad emocional indeclinable en las relaciones humanas.
Pero existen otras dimensiones del fuego, son las que vienen al caso, y las relativas a su aplicación imprescindible en la metalurgia, para avivar el fuego de la fragua de donde han ido saliendo durante siglos toda clase de objetos metálicos de diversos usos y destinos, empezando por las consabidas armas, armaduras, útiles de labranza, cocina, y arreos para las bestias de carga, joyas y cuantos utensilios aseguraran una durabilidad que tan solo puede dar el metal, puesto que los realizados hasta entonces con barro se mostrarían quebradizos y perecederos, aunque la arqueología los ha encontrado en los yacimientos excavados y estudiados científicamente a veces con un alto grado de entereza. Ha sido a través de la fragua – recuérdese aquí la magnífica Fragua de Vulcano pintada por Diego Velázquez donde es el mismo Apolo el que la visita – donde se han forjado infinitos objetos de arte de todo tipo y diversos metales, que constan en la Historia del Arte como piezas maestras del ingenio y la inspiración de los humanos para trascender el utilitarismo inmediato y proveer a la posteridad de auténticas joyas que dan la medida exacta del límite donde se manifiesta la Belleza, ese ideal de perfección ya perseguido, y obtenido, por remotas culturas que lo manifestaron mediante la piedra, el mármol, el jade, el cristal y el hueso,q ue recordemos fue el primer vehículo expresivo de la creatividad utilitaria. Tanto en Asia como en África y América Central se desarrolló una portentosa creatividad en obras de arte realizadas con metales cada vez mejor acabados, para uso común de la población, pero especialmente para la clase dirigente; política, guerrera y sacerdotal. Cuanto más se haya perfeccionado el procedimiento de elaboración del objeto al que se está dando forma más posibilidades tiene de sobrevivir a la usura del tiempo. El procedimiento de la cera perdida vino a conferir cierto grado de perfeccionada finura y han permanecido durante siglos, y acaso algún milenio, como muestras de la perfección formal más exquisita. Piénsese en la estatuaria greco-latina, en los bronces del reino africano de Benín o en el arte de los países asiáticos.
El fuego, como elemento sagrado, es intrínsecamente purificador tanto por su naturaleza de consumir lo impuro. Como por decisión de la mentalidad mágica primitiva que los humanos han atribuido a su utilitarismo desde el momento en que la luz solar deslumbró sus pupilas y le proporciona el calor necesario para su habitualidad diaria, el que facilita la función clorofílica, madura las cosechas, dora su piel con aporte vitamínico, y se convierte en una Omnipotencia digna de culto, pues por algo osó Prometeo arrebatárselo a los dioses del Olimpo. Solamente los fenómenos atmosféricos que producen fuego son comparables a semejante potencia son una revelación de que el elemento ígneo era prácticamente imprescindible para sus vidas. Los equinoccios y los solsticios aportan una fenomenología probatoria de que el sol tiene atribuciones de calendario, marcador de tiempo y estaciones; la entrada del primer rayo solar por la cavidad troglodita hasta reflejarse en la pared es un fenómeno frecuente en variadas culturas y continentes del planeta. -Stonehenge y otras localizaciones europeas son los ejemplos más divulgados, tal como el poderío del dios egipcio Ra, pero sin ir más lejos, en las Islas Canarias tenemos valiosos ejemplos que la investigación arqueológica y la deductiva cosmogónica han ido poniendo a la luz de nuestra población, alguna hasta hace relativamente poco tiempo de que nuestra cultura ancestral reverenció al dios solar como a ninguna otra potencia cósmica. Siempre me ha parecido que el paradigma de este culto está presente en la estela de Zonzammas, un monolito encontrado en el poblado de los maxos localizado por el entusiasta investigador autodidacta don Juan Brito entre las ruinas de lo que fue la residencia de los jefes tribales sucesivos de Titeroy-Gatra (actual Lanzarote),y en la cual varios círculos concéntricos grabados en la piedra parecen ser el modelo sincrético del astro solar, aunque caben otras interpretaciones referidas al agua. Magec era pues el dador de vida y la reverencia universal que compartimos quienes procedemos de etnia amazigh termina siendo una obviedad, un lugar común que se da por consabido cuando tratamos del fuego, sus propiedades y aplicaciones.
Por supuesto, la escultura en hierro, bronce, oro o plata sigue siendo hasta el presente una de las modalidades creativas en permanente evolución, y su presencia es notoria no solamente en los museos o en colecciones particulares, como valiosos objetos de adorno, sino que prácticamente no hay ciudad o pueblo en el mundo civilizado que no deje ver en cualquier rincón de sus calles o plazas la presencia de una figura -en busto, a cuerpo entero o a caballo – a algún personaje importante en su historia, algún animal totémico en su cultura o alguna invención obra de artistas locales desconocidos, o de renombre. Y dado que la estatuaria se va nutriendo con nuevos estilos, con nuevos personajes a quienes se desea eternizar, se consigue fomentar el respeto y las ofrendas florales que desde siempre se reservaban tan sólo a los santos y a los difuntos. Es pues una de las Bellas Artes que por su volumetría, tal como sucede en la Arquitectura, puede contemplarse desde todos los ángulos, lo que sin duda facilita su aceptación y comprensión, dependiendo estos dos factores del gusto y nivel cultural de los espectadores, prestándose tanto al elogio como a la crítica feroz, e incluso a su derribo, como ha sido el caso de los tiranos, cuya figura ha sido derribada y hecha pedazos cuando muere el dedicatorio, cae en desgracia o cambia drásticamente el poder político que lo sostuvo. Se conoces a este respecto bastantes ejemplos desde l antigüedad grecolatina hasta la más reciente actualidad. El respeto,el honor y la fama se ven por tierra, y el metal es refundido para ídolos venideros.