OTROS LÍMITES
Sala San Antonio Abad
15 Abril – 5 Mayo 1992
El Oficio del Cero
Es articular la nada.
(Sergio Domínguez Jaén,
"Del Oficio del Cero”, 1986.)
La realidad no era, pero se ha convertido en ser.
El ser es síntesis de ser y de la nada.
Si aceptamos, con Hegel, que el Ser y la Nada son meros objetivos de un sistema en proceso. Que el Arte no es algo estrictamente material, que es el decurso transitable de la idea manifestándose en lo sensible. Es decir, si partimos del concepto de Arte como la colisión entre la vivencia existencial y la vivencia real, en la que el objeto no es algo puramente “exterior” ni tampoco simple contenido, llegamos a poder trazar la frontera desde la obra de este creador.
Domingo Díaz, nacido en Las Palmas en 1959, apenas nos permite alongarnos entre la percepción de los solares en los que radican sus esculturas y el objeto de su producción. Aferrado a estructuras metálicas, su obra se apodera del espacio circundante con una voracidad ajena a nuestro tiempo. Sus construcciones van mucho más allá del referente “minimal” al superar aquel endogámico sistema en aras de una nueva expresión. Díaz retoma de la escultura de los 60 y 70 su preocupación por los límites de la obra. Sin embargo, su personal linea de investigación apenas si podría contar con el paralelo formal de un escultor como Nigel Hall.
Díaz invierte la pirámide de la creación para situarse a si mismo como volumen de sus proyecciones, como la estela del arañazo, como el espejo de sus fracturas. de este modo, los límites, la frontera, queda enmarcada por todo nuestro propio territorio visual. La austeridad reclama un modelo de arquitectura racional. Sin embargo, y de alguna manera, en su obra resuenan algunos lugares comunes de nuestra cultura. En él regresan y pugnan por igual el arquitecto Miguel Martín y el pintor Juan Ismael. La búsqueda de lo que queda dentro de las mallas matemáticas. El hueco recuperado como soporte de estructuras ausentes.
La fragmentación de su realidad, del propio paisaje, se articula en esquinas que no conducen hacia otro vértice que el primario. Como en la Obra de Luis Palmero, el signo ha sido despojado de su carácter. Su bicromismo desnuda al espectador de alternativas. sus estructuras de la memoria se articulan en torno a la eventualidad del momento, al movimiento en derredor de la pieza. Deambulatorios profanos que no persiguen otra cosa que la sombra del hierro. Es este carácter de inaccesibilidad el que apunta hacia el vértice único, al propio espectador. Sus esculturas superan la geometría para ocupar el soporte, el muro. Entre la pared y el espectador es en donde radica su interpretación del acontecer: “La realidad sólo tiene validez porque vivimos en ella.
Mundo de sombras provocado por el Mundo de las ideas, de las proyecciones. Rasgaduras de la violación del espacio último de la colectividad, Arañazos de búsqueda de lo que queda oculto siempre. Tras cada capa de pintura se regresa al primer reflejo del espejo. La búsqueda del otro devuelve una pálida y furtiva visión del nómada, que torna para habitar entre las proyecciones vacías.
Nuestra realidad ahora no permite otras concesiones. Su obra alcanza así la rara condición de símbolo de nuestro tiempo.