Cultural ( La provincia)-20/05/1993
ARTE
TARAGUA (Casas de Colores)
CLARA MUÑOZ
Domingo Díaz se aproxima en esta ocasión a la temática del paisaje con una escultura para exterior titulada Taragua. Aunque con esta pieza ha querido reflejar el movimiento ondulante del agua dando lugar, así, a una interpretación en clave naturalista; la obra posee como contrapunto una formalización abstracta. Su interés justamente radica en el hecho de que Díaz ha conseguido convertir el agua en un símbolo, actualizándolo como tal y liberándolo de toda lectura romántica, tanto en su formulación como en su constitución. Taragua hay que incluirla en la serie simbólica que ha ido desarrollando en estos últimos años y de la que también forma parte otra obra suya titulada Zero.
De nuevo Días vuelve a reflexionar sobre las formas, el espacio y los signos, utilizando la racionalidad para crear una escultura compuesta por dos pieza separadas, casi simétricas, que generan un dialogo intenso entre sí. El espacio que queda entre ambos es el agua, de modo que la figura es aquí el fondo, en una transposición de papeles que permite la vinculación del entorno a la obra. En este caso se ha realizado el acompañamiento mientras la melodía interpreta el espacio arquitectónico, la gente en movimiento; la ciudad. También ella como el agua, tiene su propio movimiento cíclico y aunque la gente, los edificios, las calles sean otras, la ciudad sigue existiendo; como el fluir de los ríos que nunca llevan la misma agua siendo su nacimiento la consecuencia lógica de su propia muerte.
Esta es, por tanto, una obra pensada para estar en el exterior, en zonas urbanas y no tendría sentido si no fuera así. No es una escultura decorativa en absoluto, aunque sea por si bella, ya que no esta pensada para decorar, sino para mostrar y demostrar que somos partes de una naturaleza de leyes severas y cíclicas. Naturaleza significa nacimiento, comienzo, fuente….pero también muerte y final.
En taragua especula sobre las formas puras utilizando para ello principios similares a los defendidos por los minimalistas en un momento como son: reduccionismo de la forma a estados mínimos de complejidad y economía de medios.
A este creador le gusta situar su discurso plástico en los espacios fronterizos entre las distintas disciplinas artísticas. Recordemos las paredes de la Sala de San Antonio Abad en la excelente exposición que tenía por título “otros límites” donde algunas de sus piezas se aproximaban a postulados arquitectónicos, mientras otras en cambio, se vinculaban al dibujo geométrico utilizando varas de hierro como trazos de un tiralíneas.
.En el caso que nos ocupa, se acerca a la pintura; para ello, niega la tercera dimensión, tan inherente a la propia escultura, de manera que no podríamos asegurar estar ante una pieza esculpida si no fuera por la importancia de las sombras que proyecta y del trasdós de la obra. Sin embargo, la línea inclinada de un centímetro que configura el perfil de la pieza tiene también un carácter escultórico de corte minimalista y a mi juicio, de gran interés para el objeto.
Dos colores: el rojo y el negro se alternan en las distintas cara de la pieza, profundizando aun más en este carácter pictórico . EL rojo, como color de la tierra, mientras el negro, acentúa su cometido como fondo callado para un entorno en continuo fluir. Lo que realmente remarca esta obra es su falsa perspectiva no es solo el agua como metáfora de la vida, sino también es la luz, es el aire, es el cielo y todo lo que se pueda ver y sentir a través de ella.